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Historias de la Expo Moto: Emilio Scotto, una vida sobre ruedas

La Expo Moto, que se desarrolla en Gualeguaychú hasta este domingo, trae consigo destacadas figuras como la de Emilio Scotto, motoviajero y ganador de un Record Guinness.

03 de Noviembre 2024 Expo Moto


En esta décima edición de la Expo Moto en Gualeguaychú, el rugir de los motores y la pasión por las dos ruedas se hicieron sentir con más fuerza que nunca. Entre stands de motocicletas relucientes y demostraciones, un nombre resonó con especial admiración entre los asistentes: Emilio Scotto, el legendario viajero que recorrió el mundo en su motocicleta. Su presencia en la expo fue un homenaje a la valentía y al espíritu aventurero, y un recordatorio de que los sueños no conocen límites ni fronteras. Rodeado de admiradores y curiosos, Scotto compartió anécdotas de su histórica travesía y contagio a todos con su incansable amor por la libertad y el descubrimiento. Además, destaco su alegría por recuperar este espacio de encuentro que él mismo apadrina y que tanto ama, después de que el evento se haya tenido que trasladar a Uruguay durante los últimos 4 años. Y en esta oportunidad Emilio Scotto volvió a recordar por qué su historia es la de una verdad.

Era 1985, y Buenos Aires vivía la resaca de sus noches de tango y luces de neón. Las calles parecían tener su propio ritmo, pero nada de esto parecía retener a Emilio Scotto, un hombre que soñaba con horizontes más amplios, con paisajes que no se dibujaban en ningún mapa. Con un espíritu intrépido y una idea aparentemente absurda, Emilio vendió todo lo que tenía, se despidió de su familia y, con apenas 300 dólares en el bolsillo, se subió a una motocicleta Honda Gold Wing, a la que llamaría “La Princesa Negra”. Así comenzaba la aventura que cambiaría su vida y lo convertiría en leyenda.

Su partida fue discreta, casi insignificante. Nadie en aquel entonces podía imaginar que ese hombre tan decidido estaba iniciando lo que sería el viaje en motocicleta más largo de la historia, un trayecto que lo llevaría a recorrer 735.000 kilómetros y visitar 214 países y territorios. Emilio, sin saberlo, había iniciado un romance con el mundo, una historia que lo llevaría a los rincones más insospechados de la Tierra, desde las selvas de África hasta los helados paisajes del Ártico, desde los zocos árabes hasta las callejuelas de pueblos remotos en Asia.

A lo largo de diez años de travesía, Emilio fue testigo de la belleza y la brutalidad del mundo. Su viaje no fue solo físico, sino también emocional, transformador. Vivió la generosidad de los desconocidos, la dureza de la soledad, la atenuación física de soportar el sol ardiente y el frío penetrante, el desgaste de enfrentarse a sus propios miedos y de superarlos. Emilio dormía en cualquier lugar: un rincón olvidado de un pueblo, un refugio improvisado al borde de una carretera, o la casa de algún buen samaritano que, sin conocerlo, le ofrecía un techo. Hubo noches en las que solo tenía la luna y el silencio como compañeros, y otras en las que reía con desconocidos que se convirtieron en amigos.

Su moto, “La Princesa Negra”, resistió a su lado. Era su casa y su amiga, soportando con él caminos hostiles y reparaciones improvisadas en medio de la nada. Emilio la cuidaba con cariño, limpiando el polvo de cada jornada, ajustando piezas que parecían a punto de rendirse. Para él, aquella moto era mucho más que una máquina; era la extensión de su propio espíritu aventurero, el símbolo de su compromiso con un sueño que para muchos era una locura.

La travesía de Emilio lo llevó a lugares que pocos viajeros han alcanzado. En el África profunda, compartió momentos con tribus que jamás habían visto a un extranjero y mucho menos una motocicleta. Allí, fue testigo de rituales antiguos y vio cómo, en medio de la precariedad, el ser humano encontraba formas de celebrar la vida. En Asia, se adentró en paisajes montañosos donde el silencio era casi palpable, y en Europa, cruzó ciudades que lo recibieron con asombro y curiosidad. No había frontera, clima ni idioma que lo detuviera. Scotto se convirtió en un ciudadano del mundo, en una figura que desafiaba convenciones y demostraba que las fronteras son solo líneas imaginarias.

A pesar de las adversidades, Emilio siempre encontró razones para seguir adelante. Sin embargo, hubo momentos en que la soledad lo golpeaba como una tempestad. Pasaba semanas sin hablar con nadie, enfrentando el eco de sus propios pensamientos. “¿Vale la pena?”, se preguntaba en las noches más oscuras. Pero la respuesta siempre llegaba al amanecer, cuando veía el sol asomarse en el horizonte y sentía la llamada de los caminos sin explorar.

Emilio llegó a lugares donde la paz era un recuerdo distante, y en más de una ocasión tuvo que lidiar con la hostilidad de conflictos armados. Recuerda con claridad las veces que fue retenido en territorios en guerra, donde solo la suerte y el buen juicio lo mantuvieron a salvo. Hubo momentos en que su vida estuvo en peligro, pero Emilio siempre encontró una salida, impulsado por esa energía casi sobrenatural de alguien que se ha entregado por completo a su sueño.

Finalmente, en 1995, después de diez años de andanzas, Emilio regresó a Buenos Aires. Pero ya no era el mismo hombre que había partido una década antes. El viajero había aprendido a ver el mundo desde una perspectiva que pocos logran alcanzar, una visión moldeada por kilómetros de carretera, rostros, paisajes, y una sucesión de vivencias que parecían sacadas de una novela de aventuras. Su regreso fue también su consagración. Su viaje fue reconocido por el Guinness World Records como el recorrido en motocicleta más extenso de la historia. Sin embargo, más allá de los títulos y los honores, Emilio regresó con un tesoro mucho más valioso: la certeza de que había vivido su vida al máximo.

Hoy, Emilio Scotto sigue siendo una figura de inspiración. Su historia no es solo la de un hombre y una motocicleta, sino la de alguien que se atrevió a seguir sus sueños a pesar de todos los obstáculos. Su viaje nos recuerda que, aunque la vida es incierta, siempre hay caminos que esperan ser recorridos, que los límites los ponemos nosotros mismos, y que, a veces, basta con un poco de valentía para descubrir que el mundo está lleno de maravillas esperando ser descubiertos.
 

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